Brindy Catillo, una joven de 16 años de la comunidad de Tierra Baja, relata su experiencia de liderazgo en Ráquira, Boyacá. Brindy participó en el Programa Impulso, una iniciativa de Colegios del Mundo Unido, respaldada por la Fundación Serena del Mar.
Salir de la comunidad y más aún de la ciudad en la que vives es una experiencia emocionante. Hace unas semanas me trasladé hasta el municipio de Ráquira en el departamento de Boyacá, una tierra templada y montañosa, muy distinta a mi Cartagena de Indias, para participar en el programa de liderazgo juvenil Impulso, el cual duró 12 días y me dejó importantes lecciones que quiero aplicar por el resto de mi vida.
El viaje no lo hice sola, me trasladé hasta el centro del país en compañía de Estefanía Canoles, personera del colegio de Tierra Baja en donde ambas estamos estudiando. Al llegar al lugar de reunión, nos encontramos con una agradable casa campestre, amplias zonas verdes y 40 jóvenes -de todos los niveles socioeconómicos- de 26 departamentos y 17 municipios de Colombia, en resumen: una mezcla cultural extraordinaria.
Cada día teníamos un valor en el cual trabajar y fortalecer. La confianza, la tolerancia y el respeto, fueron algunos de los asuntos que nos ocuparon. Iniciamos este recorrido de 12 días hablando de nosotros: quién soy y quién quiero ser, y finalizamos pensando en nuestro entorno: cómo puedo aplicar todo lo que aprendí.
El grupo fue dividido en 5 cabañas de descanso y contábamos con una casa principal en la cual nos reuníamos para aprender, compartir, fortalecer nuestro liderazgo y disfrutar del tiempo junto. Nuestra jornada de trabajo comenzaba a las 8:00 a.m. cuando sonaba la campana y nos dirigíamos al salón principal para participar en “Enraizando” una actividad en la que, a través del juego, recibíamos pistas sobre el valor que trabajaríamos durante todo el día. Conversábamos, escribíamos, cantábamos, leíamos, no hubo un solo día aburrido o igual a otro.
El tiempo de receso era uno de mis momentos favoritos, porque podía interactuar con nuevas personas y aprender de las tradiciones culturales que existen en otros lugares del país. En realidad yo era activa tanto en el receso como en los espacios de trabajo. Jugué a la cuerda, pinté, compartí música con mis nuevos amigos, e intercambié modismos, algo que me pareció de lo más interesante. Por ejemplo, ¿sabían que a lo que nosotros los costeños le decimos “rumba”, los cachacos le dicen “pachanga” y la gente de Valledupar “parranda? Todo era nuevo, llamativo y yo no quería aprovechar cada segundo.
En las tardes solíamos tener otra actividad bastante productiva, se llamaba “Tiempo de Conexión”, un espacio único, personal y espiritual que nos permitía comunicarnos con nosotros mismos e interiorizar lo que estábamos aprendiendo…lo que estábamos viviendo.
Al caer la noche, volvíamos a reunirnos para participar en la sesión de trabajo “Quién soy y de dónde vengo”, en la cual conocíamos los orígenes y el contexto social de cada integrante del grupo. Cuando fue mi turno, quise iniciar mi exposición sobre Cartagena reproduciendo La Fantástica de Carlos Vives, una maravillosa canción que cuenta un poco de nuestra historia. Hablé de Tierra Baja, mencioné que somos una comunidad pequeña o más bien una familia grande, de gente sana y amable, y les conté que Estefanía y yo estábamos allí gracias al apoyo de la Fundación Serena del Mar, organización encargada de gestionar los temas sociales de Serena del Mar, un desarrollo urbanístico que estaba creando oportunidades para las comunidades que habitamos en la zona norte de Cartagena.
Me llamó mucho la atención la historia de Isabella y Cristian, dos chicos de la Comuna 13 de Medellín quienes nos mostraron que a diferencia de lo muchos creen, en su comuna también hay gente buena, cantantes, pianistas y artistas que al igual que ellos, quieren mostrar una cara distinta de su comunidad, salir de allí a prepararse y regresar para mejorarla.
Al final de Impulso tuve una extraña mezcla de sensaciones. Por un lado, quería quedarme, seguir compartiendo con mis compañeros y disfrutar más tiempo de esta experiencia tan bonita, pero por el otro, quería reencontrarme con mi familia, volver a mi colegio y poner en práctica los nuevos proyectos que tenía en mente.
Una de mis iniciativas es la implementación de un programa de reciclaje en la Institución Educativa de Tierra Baja, que nos permita transformar los residuos sólidos en artículos funcionales y con valor económico, como cortinas, canastas e incluso prendas de vestir.
Salí de Impulso convencida de que para cambiar el mundo primero hay que estar en sintonía con nuestro interior y que no hay anda que la voluntad no pueda lograr. Espero que otros jóvenes tengan la oportunidad de aprendizaje que yo tuve.